Por Maria Peraza09 Oct, 20255 minutos de lectura 40 vistas
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Con Eleanor the Great, Scarlett Johansson da el salto tras las cámaras para contar una historia íntima sobre pérdidas, identidad y el rescate del yo en el otoño de la vida. June Squibb ofrece una actuación conmovedora en un filme que, aunque no libre de fallas, muestra los primeros trazos de una voz cinematográfica emergente.
Reseña
Scarlett Johansson presenta en su opera prima como directora un relato centrado en Eleanor Morgenstein, una mujer de noventa y tantos años cuya vida queda trastocada tras la muerte de su mejor amiga en Florida. El dolor la empuja a trasladarse a Nueva York para vivir con su hija y su nieto, pero es ahí donde un error —una reunión equivocada en un centro de apoyo para sobrevivientes del Holocausto— desencadena una doble vía: por un lado, su soledad y resentimiento; por el otro, una especie de impostura emocional que le permitirá reconectarse con puntas olvidadas de afecto, memoria y amistad. Johansson no rehúye el humor, ni los momentos de ternura, ni siquiera la ironía del descuido: Eleanor habla con espontaneidad, con dureza también, y eso la humaniza más allá del cliché del anciano en duelo.
Visualmente, la película opta por la sencillez: espacios íntimos, luces suaves, primeros planos que obligan a mirar las arrugas, las miradas y los silencios. June Squibb lidera el reparto con la naturalidad de quien lleva décadas trabajando y de pronto logra concentrar sobre sí mismos los ecos de una vida. Erin Kellyman y Chiwetel Ejiofor complementan sin robar foco, con su aporte de humanidad y equilibrio. Sin embargo, el filme cojea en algunos momentos narrativos: el tono puede volverse demasiado amable, evita ciertas tensiones que la premisa parecía invitar a explorar, y la ambigüedad ética del error de identidad se insinúa, pero se diluye antes de explorar sus consecuencias más oscuras.
Algunos críticos la han señalado como una película con buenas intenciones, cálida y accesible, pero también con rigidez para asumir del todo lo problemático de su propio argumento.
Pese a ello, Leonor la Grande funciona como una ventana reflexiva: hacia la vejez, hacia lo que se olvida y lo que se cuenta, hacia el perdón que uno debe darse a sí mismo, incluso si eso implica errores sociales o personales. Hay una autenticidad emocional que resuena, especialmente cuando la película se permite detenerse en los silencios y no empujar siempre a la resolución.
La directora debutante y su trayectoria como actriz
Para Scarlett Johansson este paso como directora representa un momento clave: no desde la ambición vacía, sino desde una convicción palpable. En entrevistas ha confesado que el guion la conmovió profundamente, que lo leyó y sintió que sí lo podía dirigir. El proyecto ―escrito por Tory Kamen, con fotografía de Hélène Louvart y producido con el respaldo de Sony Pictures Classics― la enfrentó a desafíos reales: financiar una película independiente cuyo personaje central es una nonagenaria es arriesgado, más cuando las audiencias están acostumbradas a lo contrario. Johansson asumió eso, decidió apostar por la ternura, el humor y un ritmo más pausado, apoyada en la experiencia que ya tenía en sets de rodaje como actriz, su propia sensibilidad familiar ―ha dicho que muchas de las facetas de Eleanor recuerdan a su abuela―, y un deseo de dirigirse no solo al público que la admira como intérprete, sino al que está abierto a escuchar historias menos vistas.
En su carrera como actriz, Scarlett Johansson construyó ya una filmografía extensa, que va desde papeles paradigmáticos en cine comercial (Marvel, acción) hasta trabajos más íntimos o autorales (como Lost in Translation o Jojo Rabbit) y en teatro, disciplina en la que ha sido reconocida con premios como el Tony. Ese trayecto le dio herramientas: conocer de cerca la dirección, la edición, el trabajo con actores veteranos y jóvenes, la importancia del guion, de la fotografía —luces, sombras, espacios—. Parece que con Leonor la Grande no solo dirige, sino que reúne todo eso aprendido para ofrecer una película honesta, imperfecta, pero digna de atención.
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